Piscopata Asesino Grado 36

where is my mind?

  miércoles, noviembre 15, 2006

@ 3:53:00 a. m.

Familia Caracolovich al pil pil

La edad del pavo me hizo cometer cosas inimaginables. Durante esa extraña etapa tuve lapsos de ligeras y no tan ligeras locuras, y es tal como lo digo, locuras, no las típicas tonteras de adolescente. Eran reales chifladuras.
Durante uno de esos episodios catárquicos y bajo la influencia de no se qué demonio, que ángel no debío ser, cometí una barbaridad de la que mis papilas gustativas y mi estómago aún tienen recuerdos.
Estaba yo solo en la casa, en el jardín, con un aburrimiento atroz, sin nada que hacer mas que sumergirme en la absoluta locura que comenzaba a envolverme. Enfermo de la cabeza como estaba, hundí mi cuerpo entre los cardenales rosados y la gran ligustrina que mi mamá plantara hace años, como para hacerme un colchón vegetal. De repente se me ocurrió que estaba en un ataúd hecho de plantas.
En esa divagación estaba cuando de reojo noto que algo se mueve lentamente entre la tierra de hoja. Era un caracol. Luego me fijo que hay muchos más. La familia Caracolovich, pensé. Recordé a algún personaje histórico, a algún dictador que, según los mitos, gustaba de comer personas "racialmente inferiores", según él. Y me imaginé como ese dictador y a los caracoles como mis víctimas, la pobre familia gitana Caracolovich que padecería las torturas del Gran Dictador.
En fin, la cosa es que de repente me tincaron ricos los caracoles. Me los imaginé con mayonesa, con cebollita picada y limón, al pil pil... Deben tener gusto a locos, imaginé. Pillé los que pude -no se resistieron mucho a la captura, diré-, encontré como 15.
En ese tiempo todo el chulerío bailaba y cantaba la canción de moda, "sopa de caracol", y entonces decidí hacerme la tal sopa, como pa' salir de la duda. Los lavé bien y mientras estilaban piqué unas zanahorias, unas papitas y otras verduras, las saltié un poco, le puse agua hirviendo y para darle un toque de sabor, el infaltable caldo maggi y una pizca de sal.
La familia Caracolovich estaba viva todavía cuando los eché al agua hirviendo. Igual me da lata acordarme de eso, deben haber sufrido más que la mierda, pero me perdono porque estaba con locura momentánea. Además yo era el Gran Dictador xenófobo y me iba a comer a los gitanos.
Mi mamá me enseñó una vez que la sopa está lista cuando las papas están cocidas. Basándome en esa enseñanza, retiré la sopa de caracoles gitanos del fuego. Separé los caracoles del caldo, y como para darle más caché los fui desconchando y poniendo en uno de los platos con flores y bordes dorados de la loza pituca de mi mamá, esa que sacaba cuando llegaban visitas a la casa. Puse mayonesa Hellmans en un pocillo pituco y puse algunos caracoles desconchados con mondadientes en un plato pituco. Se veía todo tan bonito que me sentí como en el Sheraton por un segundo, jaja.
Estaba que cortaba las huinchas por comérmelos y me metí como cuatro a la boca... los habré masticado un par de veces solamente... eran la huevada más asquerosa que había probado en mi vida, de acordarme me dan arcadas. Como por reflejo tragué unos milimiligramos, pero lo demás lo escupí todo, ahí mismo en el suelo y me tomé el vaso de jugo Yupi que me había servido. Quizás no los cociné bien, pero era como comerse la cerilla de los oídos, tenían un gusto atroz, amargo. El caldo también tenía ese horrible gusto a cerilla, incomible, tanto así que ni el Agustín, mi perro de ese entonces, quiso tragarla. Inteligente can.
Recuerdo que vomité toda la noche y no pude comer nada como en una semana. Tenía el gusto a caracol pegado en la lengua y los milígramos de caracol que tragué me hacían la vida imposible en el estómago, capaz que hayan estado vivos todavía los huevones. Me llevaron al doctor, pero esa es otra historia.
Verdaderamente no entiendo cómo hay gente que encuentra que los caracoles son dignos de ser llamados exquisiteces culinarias. Tengo entendido que los franceses comen escargots como acá comemos porotos con riendas, son parte de la tradición gastronómica. Ni cagando los volvería a probar, ni aunque los hubiera cocinado especialmente para mí el chef francés más famoso en la punta de la Torre Eiffel. Jamás.
Hasta el día de hoy viven en mí las ganas de asesinar al imbécil que me sugestionó, al que escribió la canción ésa, "sopa de caracol". Es peligrosa e influencia a las mentes perturbadas, que son blancos fáciles de ideas absurdas, como la tuve yo.
Después de ese episodio mi mamá echó veneno anti-caracoles, porque dijo que le estaban comiendo los cardenales.
Si, los caracoles no tienen la culpa de nada, son criaturas inocentes... pero puta que son malos!!

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